martes, 24 de mayo de 2011

Javier Cortés, por las nubes

UNIVERSAL


Los campeones recorren el circuito de Ciudad Universitaria, 24 horas después del séptimo título; Javier Cortés, Palencia y Narro Robles, los más aclamados.

Moreno, estatura promedio (1.71 metros), Javier Cortés viste una ajustada playera blanca para presumir su trabajo físico.

En la parte trasera del Pumabús —una especie de turibús, pero pintado en blanco, con rostros felinos en oro y la palabra “Campeón” a los lados—, el autor del golazo que dio a Pumas su séptima corona se limita a autografiar toda clase de prendas auriazules que arrojan decenas, centenas de personas a lo largo del recorrido que hace el equipo en Ciudad Universitaria.

El muchacho de 21 años esboza una ingenua sonrisa, aún sin entender la fama que ya tiene entre miles que persiguen el vehículo, hasta que lo ven en los últimos asientos de la descubierta unidad. “¡Cortés... Cortés!”, le gritan, y cuando atiende al llamado, le arrojan ropa, que atrapa como puede.

En la recta final del recorrido de hora y media, Javier se pone una coronita de cartón, como la que usó el domingo el jefe de Gobierno capitalino, Marcelo Ebrard. Es a lo que más se atreve. Porque, por lo general, se muestra discreto, sencillo, amable... Cortés.

Adelante del Pumabús, Martín Bravo y Juan Francisco Palencia acaparan el trofeo de monarca, que atesoran. Son quienes se disputan el protagonismo entre la multitud y las múltiples cámaras que persiguen al vehículo. Por ahí sobresale también el popular “Goyo Puma” (la mascota), además de Leandro Augusto y el estratega Guillermo Vázquez, quien se distingue con una gorra azul y su gentil y paternal sonrisa.

El Pumabús parte del estadio Olímpico Universitario pasaditas las 12:00. Personal de seguridad de la UNAM les abre camino como puede. “¡No se cierren jóvenes!”, “¡a un lado niño!”, “¡ábranse!”, gritan desesperados, a bordo de camionetas y motos.

A su paso por Rectoría está José Narro Robles. Algunos jugadores lo saludan al verlo, entre tanta gente.

“¿Quién es más famoso doctor, los Pumas o usted?”, le pregunta una mujer cuando ve al rector rodeado por una nube de reporteros.

“Los Pumas... los Pumas... Si no, véalos”, responde Narro.

La multitud, que brota de todas las facultades, se cierra al extremo de frenar constantemente la ruta. Una muchacha cae a la altura de la de Filosofía y Letras prácticamente frente al autobús. Las peripecias contribuyen a rescatarla.

Un chico con el torso desnudo grita al técnico universitario hasta llamar su atención: “¡Memooo... Memooo!”; cuando el timonel voltea, el joven avienta un jersey auriazul, con tan mala puntería, que cae entre la gente que aprecia el recorrido al otro lado de la avenida. Entonces lucha desesperado con los de seguridad, afanado en trasladarse para recuperar su prenda. Es tarde, ya tiene un nuevo propietario.

Un estudiante de la UNAM, que cursa segundo semestre de Sicología, sigue a sus héroes desde que salen del México 68. Enrique de Luna pagó 650 pesos a un revendedor con tal de ver el partido. “Fue barato, porque estaban en mil 300”, dice. “Ahora quiero acompañar al campeón, para agradecer que hayan dejado tanto en la cancha”.

Enrique lleva las uñas pintadas de negro, en honor a su ídolo Palencia, pese a que El Niño no es de extracción universitaria. “Tras el juego fue tanta mi emoción, que me empezaron a salir las lágrimas, no sabía por qué”, comparte, sorprendido porque sus estudios de sicología van de la mano con el futbol. “El simple movimiento de la mano de un jugador, agita a miles”, distingue.

El Pumabús regresa al coloso a las 13:25 horas, hasta ocultarse mientras cerca de las astas entrevistan a un imitador de Palencia, quien gesticula como el viejo artillero. “Tiene aptitudes para seguir jugando”, asegura el estudiante de sicología.

Así lo cree también Narro Robles, quien abandona su oficina, así como los estudiantes dejan las aulas vacías, porque en CU es tiempo para goyas y festejos con los Pumas.

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